Sucedió hace cerca de dos años. La escena era desoladora. Después de intensas semanas y meses de trabajo, con días laborales de 14 horas, con una agenda bastante ocupada y jugando a sentirme que era “muy importante”, una noche coloqué mi cabeza en la almohada y súbitamente sentí un enorme vacío. Pensé: “La vida no puede ser un continuo levantarse, comer, trabajar, pagar facturas, dormir….y así hasta que llegue un ataque al corazón que termine con todo”.
Mi familia siempre ha sido mi ancla, un espacio de presencia que me vincula de forma muy estrecha y profunda. Sin embargo, esa sensación de vacío también había ganado terreno en la relación con mis seres más queridos pues a pesar de tenerlos a mi lado me sentía bastante lejos de su afecto y compañía.
Transité por lo que Joseph Campbell llamó el Camino del Héroe y descrito de manera inspiradora por mi amigo Paulo. Recibí un muffin que simbolizaba el comienzo de una etapa en la que decidí romper con mi zona de confort y me lancé a lo desconocido, a lo no planificado. La emoción de sentirme vulnerable llegaba en una amalgama de felicidad por seguir mi intuición en la búsqueda de algo más grande, y a la vez, de un enorme miedo por atravesar un camino lleno de incertidumbre.
Con la firme sensación de que hay un propósito que trasciende esta vida y sintiendo que lo que me pasaba era más un despertar, un camino para recordar lo que verdaderamente me importa, decidí reescribir la historia de mi vida. Como un artesano que cuida cada detalle y se asombra por lo que paulatinamente van tejiendo sus manos, busqué en mi pasado todo aquello que me emocionaba y lo crucé con los dones que siento disponibles.
Al escucharme, pude sentir con una profunda fuerza la aparición de un propósito que me conecta con facilitar aprendizajes que permitan sanar, aprender y transformar vidas con sentido.
A partir de esta experiencia, he venido entendiendo que un propósito es una forma de vivir creciendo. Un propósito te conduce a buscar respuestas a preguntas como: ¿De dónde vienes? ¿Quién eres? ¿A dónde vas? ¿Cuáles son tus dones? Habitar estas preguntas y arriesgarse a encontrarle alguna respuesta se constituye en un tesoro que te devuelve el poder de gobernarte, de enfocar tu energía y de fluir en la vida.
El propósito no es un objetivo, no es una meta, es una forma de caminar. Una vez construido se vuelve intransferible y su puesta en marcha no se hace fácil o difícil, más bien se hace indispensable.
Tu propósito puede ser grande o pequeño, sonoro o silencioso, apoyado o incomprendido, pero tu propósito será solo tuyo, te engrandece, te da sentido y te permite estar al servicio para crecer con otros. En oposición a esto, una vida sin propósito es desconexión, es vivir contracorriente, es un terreno fértil para que florezca la tristeza del alma encarnada en una vida desperdiciada.
Nos hemos entrenado muy bien para entender en que somos buenos y sintonizarnos con una profesión y esto nos ha llevado a creer que profesión y propósito son lo mismo. Por eso cuando nos preguntan ¿Quién eres? Respondemos “Soy Abogado” “Soy Ingeniero”. Y terminamos confundiendo ser con hacer, ser con tener. Y al final nos vamos dando cuenta que hemos sido “exitosos” pero con una vida rutinaria y carente de sentido. Por todo esto creo que descubrir y desarrollar “un propósito” debería ser la misión más importante de la familia y de la escuela.
Piensa por un momento ¿Qué pasaría en tu vida si construyes un propósito que te haga sentir vivo cada mañana? ¿Cómo sería un lunes? ¿Qué significaría trabajar? ¿Cómo será llevar tu cabeza a la almohada en las noches?
Si te animas a empezar a descubrir tu propósito, te invito a que empieces con estas preguntas: ¿Quién soy? ¿Por qué estoy en esta tierra?
Todavía estas a tiempo.